
*Los cinco minutos del Espíritu Santo*
_Jueves, 15 de octubre, 2020_
La magnanimidad es una hermosa virtud, que nos lleva a desear cosas grandes, a gastar nuestra vida para regalarle algo grande a este mundo. Porque ser humildes no quiere decir que escondamos nuestras capacidades o que enterremos nuestros talentos. El Espíritu Santo no se goza en nuestra destrucción ni espera que renunciemos a nuestros sueños. Al contrario, él nos lanza a la aventura de vivir cosas grandes.
Eso está claro en la vida de Santa Teresa de Ávila, que hoy recordamos. Ella desde pequeña soñaba con hacer cosas grandes por Cristo. Pero en esa época, hace quinientos años, las mujeres no podían destacarse en la sociedad ni en la Iglesia.
A ella la estimulaba mucho la lectura de las vidas de santos y de los libros de caballería. Por eso un día, siendo niña, quiso escapar con su hermano con el deseo de dar la vida por Cristo en tierras paganas.
En 1535 entró al convento de la Encarnación en Ávila. Pero se puede decir que sólo veinte años después ocurrió su gran conversión, la acción más poderosa del Espíritu Santo. Al poco tiempo sintió el llamado de Dios a reformar la vida de los conventos carmelitas, devolviéndoles su espíritu de austeridad y fervor evangélico, donde no debería faltar la alegría. A esta reforma se le unió San Juan de la Cruz. Ambos sufrieron burlas y persecuciones, pero nada podía frenar a esta mujer decidida y segura. A su intensa actividad unió una altísima experiencia mística que quedó plasmada en sus escritos espirituales, por los cuales se la declaró doctora de la Iglesia. Fundó muchos conventos reformados, lo cual le significó numerosos viajes que deterioraron su salud. A causa de esos viajes la llamaban despectivamente «mujer inquieta y andariega».
Pero a pesar de las persecuciones que soportó de parte de las mismas autoridades de la Iglesia, expiró diciendo: «Muero hija de la Iglesia». Porque el Espíritu Santo, que nos invita a vivir cosas grandes, nos lleva también a vivirlas en humildad y en fraternidad, nunca en la vanidad y la división.
Teresa es un hermoso estímulo que nos invita a dejarnos llevar por el Espíritu Santo sin cobardías ni mezquindades, sabiendo que, unidos al Señor, y más allá de lo que nosotros podamos ver, nuestra vida dará mucho fruto.
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Padre Luis Maldonado
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 11, 47-54
En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos y doctores de la ley: “¡Ay de ustedes, que les construyen sepulcros a los profetas que los padres de ustedes asesinaron! Con eso dan a entender que están de acuerdo con lo que sus padres hicieron, pues ellos los mataron y ustedes les construyen el sepulcro.
Por eso dijo la sabiduría de Dios: Yo les mandaré profetas y apóstoles, y los matarán y los perseguirán, para que así se le pida cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas que ha sido derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que fue asesinado entre el atrio y el altar. Sí, se lo repito: a esta generación se le pedirán cuentas.
¡Ay de ustedes, doctores de la ley, porque han guardado la llave de la puerta del saber! Ustedes no han entrado, y a los que iban a entrar les han cerrado el paso”.
Luego que Jesús salió de allí, los escribas y fariseos comenzaron a acosarlo terriblemente con muchas preguntas y a ponerle trampas para ver si podían acusarlo con alguna de sus propias palabras.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Yo tiendo la mano a mi hermano sumergido en la miseria, no porque a mí me toca como un deber social, sino porque a mí, su miseria me toca lo más profundo de mi corazón: es mi hermano y, a la vez, ¡Cristo mismo necesita mi ayuda! Me urge amarlo hoy con mi oración, hechos y palabras, consciente de que mi indiferencia le puede arrebatar una sonrisa de su rostro o peor aún: ¡la propia vida!
Nuestra fe ha de ser predicada con obras incluso antes que con palabras. Hoy encontramos a Cristo quien reclama a los fariseos sus obras. Quizás sería bueno detenernos y preguntarnos en nuestro interior: ¿qué dan a entender mis acciones, Señor?
Una vida auténtica en Cristo no es poner en primer lugar a Dios, sino más bien en el centro, dejando así tocar todos los aspectos de nuestra vida. No basta confesarlo rezando el credo y yendo a misa: ¡hay que donarse! Hay que entregarse por el bien de los que nos rodean. Un cristiano auténtico se preocupa de su comunidad antes que de su comodidad. Alguien que es indiferente al sufrimiento de su vecino, no ha encontrado aún a Cristo. Grabémonos bien esto en nuestro corazón: Mi amistad con Cristo se mide por mi caridad con todos.
«Si yo tiro el grano, lo pierdo. Pero esta, es la realidad de siempre: Siempre hay alguna pérdida al sembrar el Reino de Dios. Si yo mezclo la levadura, me mancho las manos: ¡gracias a Dios! ¡Ay de aquellos que predican el Reino de Dios con la ilusión de no mancharse las manos! Estos son guardianes de museos: prefieren las cosas hermosas al gesto de tirar para que la fuerza se desencadene, de mezclar para que la fuerza haga crecer. La tensión que va de la esclavitud del pecado a la plenitud de la gloria. Y la esperanza que no desilusiona incluso si es pequeña como el grano y como la levadura. Alguno decía que es la virtud más humilde, es la sierva. Pero allí está el Espíritu y donde hay esperanza, está el Espíritu Santo. Y es precisamente el Espíritu Santo el que lleva adelante el Reino de Dios. Repensar en el grano de mostaza y en la levadura, al tirar y al mezclar y preguntarse: ¿Cómo va mi esperanza? ¿Es una ilusión? ¿Un “tal vez”? O, ¿creo que allí dentro está el Espíritu Santo? ¿Hablo con el Espíritu Santo?»
(Homilía de S.S. Francisco, 31 de octubre de 2017, en santa Marta).

Lectura completa de la Biblia en 365 días.
Fray Nelson Medina, O.P., lee contigo el texto completo de la Sagrada Escritura.
Día 263 de 365
Isaías 11 – 13
Sabiduría 15, 1-17
1 Timoteo 5