
*Los cinco minutos del Espíritu Santo*
_Miércoles, 11 de noviembre, 2020_
El último don del Espíritu Santo es el santo temor de Dios. Pero este don no tiene nada que ver con el miedo. Porque en realidad, _“en el amor no hay lugar para el temor; al contrario, el amor perfecto elimina el temor»_ (1 Juan 4,18).
El santo temor de Dios es la capacidad de reconocer que Dios siempre es infinitamente más grande, que nos sobrepasa por todas partes, que nunca podemos abarcarlo. El amor nos permite descubrir a Dios muy cercano y lleno de ternura, pero el santo temor nos permite reconocer que nuestro amor nunca puede agotar a Dios ni poseerlo completamente, ya que él es el infinito e inabarcable, que está por encima de todo. Este don nos permite recordar que nunca dejamos de ser sus creaturas, y nos ayuda a ser muy cuidadosos para no ofender a Dios, para no desagradarle con nuestra conducta, porque él es el Santo.
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Padre Luis Maldonado
Evangelio de Lucas 17,11-19.
En aquel tiempo, Jesús iba de camino a Jerusalén y viajaba por las tierras fronterizas de Samaria y Galilea. Al entrar en una de las aldeas, 10 hombres que sufrían de la lepra vinieron a su encuentro. Se pararon a cierta distancia de Él y le llamaron: «¡Jesús! ¡Maestro! Ten piedad de nosotros». Cuando Jesús los vio, les dijo: «Vayan y preséntense con los sacerdotes». Y entonces, cuando ellos iban en camino, fueron limpiados. Encontrándose curado, uno de ellos se regresó alabando a Dios con toda su voz. Se arrojó postrado a los pies de Jesús y le dio las gracias. El hombre era un samaritano. Esto llevó a Jesús a decir: «¿No fueron limpiados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? Parece que nadie ha regresado para alabar a Dios, excepto este extranjero». Y dijo al hombre: «Levántate y sigue tu camino. Tu fe te ha salvado». Palabra del Señor.
Reflexión del Papa Francisco.
«Tu fe te ha salvado» (Lucas 17,19). Esto refleja el camino de la fe. Hay tres pasos en este camino de fe. Los vemos en las acciones de los leprosos que Jesús cura. Gritan, caminan y dan gracias.
Paso 1: Gritan.
En el tiempo de Jesús, los leprosos eran considerados impuros y, como tales, tenían que ser aislados y mantenidos separados. Vemos que cuando se acercan a Jesús, «se distanciaron». Aunque su condición los separaba, el Evangelio nos dice que ellos «llamaban» y le rogaban a Jesús. No se dejaron paralizar porque fueron rechazados por la sociedad; gritaron a Dios, que no excluye a nadie.
Vemos cómo se acortan las distancias, cómo se supera la soledad: no encerrándonos en nosotros mismos y en nuestros propios problemas, no pensando en cómo nos juzgan los demás, sino clamando al Señor, porque el Señor escucha el clamor de los que se encuentran solos. Como esos leprosos, nosotros también necesitamos sanación, cada uno de nosotros.
Paso 2: Caminar.
(…) Es la segunda etapa… Es muy llamativo que los leprosos no se curen cuando están delante de Jesús; es solo después, cuando están caminando. El Evangelio nos dice eso: «A medida que avanzaban, eran limpiados». Fueron sanados subiendo a Jerusalén, es decir, caminando cuesta arriba. En el camino de la vida, la purificación tiene lugar a lo largo del camino, un camino que a menudo es cuesta arriba porque lleva a las alturas.
La fe exige un camino, una «salida» de nosotros mismos, y puede hacer maravillas si abandonamos nuestras certezas reconfortantes, si dejamos nuestros puertos seguros y nuestros nidos acogedores.
Paso 3: Dar gracias.
Gritar, caminar y dar gracias. Este es el paso final. Solo a quien se lo agradeció le dijo Jesús: «Tu fe te ha salvado». Lo hizo sano y salvo. Vemos de esto que la meta final no es la salud o el bienestar, sino el encuentro con Jesús. La salvación no es beber un vaso de agua para mantenerse en forma; es ir a la fuente, que es Jesús. Solo Él nos libera del mal y sana nuestros corazones. Solo un encuentro con él puede salvar, puede hacer la vida plena y hermosa.

Lectura completa de la Biblia en 365 días.
Fray Nelson Medina, O.P., lee contigo el texto completo de la Sagrada Escritura.
Día 290 de 365
Jeremías 7 – 8
Eclesiástico 10, 19-31
2 Timoteo 4