
Los cinco minutos del Espíritu Santo
Viernes, 2 de octubre, 2020
Nosotros somos débiles y llevamos dentro muchas inclinaciones que nos arrastran a la mentira, al egoísmo, a buscar sólo el placer y la comodidad, a procurar nuestro propio bien aunque eso pueda perjudicar a otros, a encerrarnos en nuestras necesidades egoístas. Y nosotros no podemos dominar esos instintos si no nos dejamos sostener y fortalecer por el Espíritu Santo. Pero muchas veces nos engañamos. Creemos que nos dominamos a nosotros mismos, porque dominamos el ansia de comer, o porque no engañamos al cónyuge; pero quizás no sabemos dominar otras cosas: la vanidad, la tristeza o el egoísmo, por ejemplo. Cada uno tiene sus propias debilidades, y lo peor que nos puede pasar es que las ocultemos para engañarnos y engañar a los demás, porque de ese modo no podremos crecer.
San Pablo nos recomienda insistentemente: «Les encargo que procedan según el Espíritu y no ejecuten los deseos del instinto natural. Porque ese instinto desea contra el Espíritu, y el Espíritu contra el instinto… Si vivimos por el Espíritu, sigamos al Espíritu» (Gálatas 5,17.25).
No dejemos que nuestras inclinaciones más egoístas nos dominen y nos enfermen. Mejor entreguemos al Espíritu Santo el dominio de esas inclinaciones, y elijamos lo que el Espíritu nos propone.
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Padre Luis Maldonado
Evangelio de Mateo 18,1-5.10.
En aquel tiempo, los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: «¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?» Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: «Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos. El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo. Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial». Palabra del Señor.
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Reflexión
Sobre las lecturas de hoy, observamos que, «no por casualidad en el Evangelio hay algunas palabras muy bonitas y fuertes de Jesús sobre los pequeños. Este término «pequeños» se refiere a todas las personas que dependen de la ayuda de los demás, y en especial a los niños. Por ejemplo Jesús dice:
«Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial».
Por lo tanto, los niños son en sí mismos una riqueza para la humanidad y también para la Iglesia, porque nos remiten constantemente a la condición necesaria para entrar en el reino de Dios: la de no considerarnos autosuficientes, sino necesitados de ayuda, amor y perdón. Y todos necesitamos ayuda, amor y perdón.
Meditando en las lecturas de hoy, apreciamos que «los niños nos recuerdan otra cosa hermosa, nos recuerdan que somos siempre hijos: incluso cuando se llega a la edad de adulto, o anciano, también si se convierte en padre, si ocupa un sitio de responsabilidad, por debajo de todo esto permanece la identidad de hijo».
Todos somos hijos. Y esto nos reconduce siempre al hecho de que la vida no nos la hemos dado nosotros mismos sino que la hemos recibido.
(…) Los niños portan su modo de ver la realidad, con una mirada confiada y pura. El niño tiene una confianza espontánea en el papá y en la mamá; y tiene una confianza natural en Dios, en Jesús, en la Virgen. Al mismo tiempo, su mirada interior es pura, aún no está contaminada por la malicia, el doblez, las incrustaciones de la vida que endurecen el corazón.
Sabemos que también los niños tienen el pecado original, sus egoísmos, pero conservan una pureza y una sencillez interior. Pero los niños no son diplomáticos: dicen lo que sienten, dicen lo que ven, directamente.
Y muchas veces ponen en dificultad a los padres, manifestando delante de otras personas: «Esto no me gusta porque es feo». Pero los niños dicen lo que ven, no son personas dobles, no han cultivado aún esa ciencia del doblez que nosotros adultos lamentablemente hemos aprendido.
Los niños, en su sencillez interior, llevan consigo, además, la capacidad de recibir y dar ternura… Los niños tienen la capacidad de sonreír y de llorar. Algunos, cuando los tomo para abrazarlos, sonríen; otros me ven vestido de blanco y creen que soy el médico y que vengo a vacunarlos, y lloran, pero espontáneamente. Los niños son así: sonríen y lloran, dos cosas que en nosotros, los grandes, a menudo se bloquean, ya no somos capaces.
Por todos estos motivos Jesús invita a sus discípulos a hacerse como niños, porque de los que son como ellos es el reino de Dios.

Lectura completa de la Biblia en 365 días.
Fray Nelson Medina, O.P., lee contigo el texto completo de la Sagrada Escritura.
Día 245 de 365
Job 15–17
Sabiduría 8,1-10
Lucas 20,27-47